Alrededor del TLC no está en pugna un simple tratado, sino dos ideas de sociedad, dos proyectos de país. Ello es cierto en general, no obstante que, en ese sentido, los telecistas son, con seguridad, más monolíticos que quienes nos oponemos. Su propuesta consiste en un puñado de recetas estándar: el discurso del libre mercado que, en la práctica, es tan solo la dictadura de las corporaciones transnacionales y sus socios criollos. Es el proyecto de oligarquías ideológicamente neoliberales y políticamente apátridas, cuya única motivación es el ejercicio voraz del poder en sus diversas expresiones (económico, político, mediático, ideológico), en función de lo cual están dispuestos a pisotear a quien se le ponga por delante.
Los del No, en cambio, somos incomparablemente más diversos y plurales. Hay ciertos valores fundamentales compartidos, alrededor de las nociones de justicia, igualdad, democracia, participación, medio ambiente, derechos humanos. Pero las prioridades y énfasis no son homogéneos, ni tampoco el alcance que le damos a esos diversos conceptos. Algunos quizá enfatizarían el esfuerzo por restaurar la Costa Rica relativamente equitativa y democrática que el neoliberalismo ha venido destruyendo a lo largo de los últimos veinte años y que intenta definitivamente sepultar con el TLC. Otros alimentamos la aspiración por un cambio social en profundidad, que recupere lo mejor de nuestro legado histórico, pero lo trascienda y supere.
Detrás del sí se apuesta un discurso y un proyecto sin matices. Su cohesión se construye con facilidad porque tan solo requiere de un pegamento: el dinero. No hay asuntos más complejos que pudieran distraerlos. Ninguna interpelación ética o exigencia intelectual. De ahí el cinismo de sus posiciones, la ramplonería de lo que escriben y el descuido de sus argumentaciones. Nadie mejor que el columnista desvelado lo ilustra en la suprema vulgaridad de sus exabruptos.
Diverso y variopinto, el No, sin embargo, se mantiene unido. Ello hace manifiesta su superioridad ética y el enorme potencial de renovación que contiene. Porque lograr cohesión en medio de tal heterogeneidad solo es posible gracias a una profunda convicción patriótica y un ejercicio de la democracia como vivencia y forma de vida. El No es inclusión respetuosa y amplitud de miras frente a lo diverso. Amamantado por la sensibilidad popular, el No también es inteligencia, crítica, estudio y propuesta. Y, por cierto, todas estas características surgen y se han consolidado desde las raíces mismas del movimiento, en el esfuerzo y la entrega de hombres y mujeres que se organizan y movilizan en toda Costa Rica. A las “dirigencias nacionales” no les ha sido fácil entenderlo. Lo intentan, aunque no siempre de forma correcta.
El enfrentamiento entre dos proyectos de sociedad, anudado alrededor del TLC, es, desde luego, un enfrentamiento político. Y uno, por cierto, de dimensiones históricas. Siendo una lucha política, entraña, inevitablemente, relaciones de poder y, en consecuencia, recursos por medio de los cuales se ejerce ese poder. Es obvio que las oligarquías tienen mucho mayores recursos de poder y que los utilizan con un desparpajo inusitado para quienes estamos por el No.
Los del No poseemos recursos de poder muy sui géneris, incluso porque el recurso y la forma como se ejercita son una y la misma cosa: corazón, trabajo, convicción, entrega, amor, creatividad, imaginación, ganas de hacer cosas nobles y hacerlas bien. En contraste evidente con los telecistas, no tenemos dinero, ni publicidad, ni corporaciones mediáticas complacientes. Tampoco al embajador gringo. Ni los tremendos recursos institucionales que controlan. Digo recursos institucionales en referencia a la Asamblea Legislativa con sus “38-automáticos” o el propio Tribunal de Elecciones que, como vamos viendo, no toma una sola decisión que no sea a la medida de lo que le interesa a Arias y sus compinches oligárquicos. Si juzgamos por sus antecedentes, lo misma podría decirse de la Sala Constitucional , excepto porque en estos momentos tiene en sus manos la opción de reivindicarse. O de hundirse para siempre.
Así pues, el engranaje de los recursos de poder del sí es simplemente formidable. Y usan tales armas de destrucción masiva tal cual sería esperable en gente de su catadura moral e intelectual: sin asco ni escrúpulo. Las corporaciones mediática mienten y manipulan; el embajador interfiere con absoluta frescura; el Tribunal de Elecciones se pela el trasero con cada nueva decisión que anuncia; los empresarios extorsionan inmisericordemente a sus trabajadores; Arias entierra el Nóbel bajo toneladas de arrogancia e irrespeto; en la Asamblea Legislativa se monta un sistema clientelar para torcer brazos y comprar votos. Y así sucesivamente. Es un espectáculo simplemente miserable.
Es innegable que esto pervierte todo el proceso del referéndum. Lo manipula, lo ensucia, lo corrompe. Es fraudulento en su conjunto porque ellos –los del sí y nadie más- lo ensucian de forma sistemática.
Entretanto a los del No nos toca deslomarnos. Ya no simplemente para lograr que se rechace el TLC sino, además, por salvar el referéndum y constituirlo en oportunidad para el crecimiento de la democracia. Porque de otra manera, y por la vía que quieren llevarlo los del sí, esto podría ser entierro de lujo para la democracia.
Resumo. Primer paso, salvar el referéndum. Segundo, derrotar el TLC. Tercero, iniciar la construcción de una nueva Costa Rica ¿Entendemos la magnitud de nuestra responsabilidad histórica? ¿Estamos preparados?